Nuevos métodos revelan que las cifras de manifestaciones masivas son falsas - Se sale a la calle como en el siglo XIX, pero bajo la lupa informática del siglo XXI
CARMEN MORÁN 28/10/2009
Contar manifestantes sin rozar siquiera el ridículo no es difícil si se acude a una estimación basada en el espacio y la densidad: tantos metros cuadrados, tantas personas por metro cuadrado. Pero no siempre se puede. El millón de personas que acudía a ver al caudillo a la Plaza de Oriente no era más verdad que los amigos de Roberto Carlos. La cifra más optimista de los que caben en ese espacio andará por los 100.000, redondeando. Pero aquel delirio no había forma pública de cuestionarlo.
Curioso es, sin embargo, que eso siga ocurriendo ahora, cuando la democracia y las urnas han dado algunas buenas razones para calmar la euforia: 800.000 personas, según los organizadores -120.000, dijo la Delegación del Gobierno- salieron a la calle en febrero de 1986 para pedir la salida de la OTAN. Tanto si se trata de una cifra como de la otra, eran muchos, pero el referéndum demostró que los votantes pueden ser más.
"El fin último de una manifestación, como se demostró con la OTAN, no debería ser la cantidad de gente, porque eso no quita ni da la razón. Esa es la gran demagogia que convierte una protesta en unas elecciones. No hay que caer en el populismo", sostiene el profesor titular de la UNED Ramón Adell, que ha diseccionado durante más de 30 años las manifestaciones españolas.
Esta sinrazón del recuento de manifestantes tiene su origen más reciente en los noventa, con las grandes marchas unitarias por la paz y en contra de ETA. Las manos blancas tras el asesinato de Tomás y Valiente, en febrero de 1996, o las enormes demostraciones de repudio tras la muerte del concejal Miguel Ángel Blanco, en julio de 1997.
Unitarias, institucionales y con un mensaje inequívoco: la paz. Todo un pueblo se deja llevar por la borrachera de la unidad, que les carga de razón y les hace creer por un momento que así, con ese noble gesto de la protesta pacífica, se puede acabar con la barbarie. "Se empieza ya con unas previsiones muy exageradas, medio millón, por ejemplo, que luego han de superarse", dice Adell. Y nadie las va a negar porque todos se sienten concernidos por la misma causa.
Los expertos, como Adell, no están ya por revisar aquellas cifras, pero creen que ha llegado el momento de poner un poco de sentido común en esta feria de millones de cálculo desconocido. Enfriar esas cifras, dice, "no rebaja el éxito, porque una manifestación de 50.000 personas es una señora manifestación, y debería impedir al que gobierna minimizar el conflicto ciudadano que se esconde detrás de esa punta de iceberg que toma la calle", afirma Adell.
Tomar el espacio público para reivindicar cualquier causa es una fórmula propia del siglo XIX, como se detallará más adelante, pero en pleno siglo XXI las nuevas tecnologías han irrumpido con tal fuerza que mal se entiende que la gente siga creyendo a ciegas un cálculo erróneo o, simplemente, interesado.
Los muchachos del Manifestómetro (manifestometro.blogspot.com), en Madrid, o el movimiento Contrastant, en Cataluña, fueron pioneros allá por 2005 en la implantación de un método más eficaz para medir la asistencia a las manifestaciones. Mediante fotografías de la protesta para calibrar la densidad de personas por metro cuadrado y el cálculo del espacio que ocupa la masa humana, establecen (Contrastant ya ha cerrado) un cálculo bastante aproximado que se acerca más a las cifras de la policía que a las muy infladas de los organizadores. Y nunca pasa de unas decenas de miles. Parecido sistema estimativo ha venido usando este periódico.
El objetivo del Manifestómetro, explica uno de ellos, no es tanto contar los que van, sino demostrar que es imposible que en un recorrido determinado haya ese número de personas que esgrimen los organizadores. El Manifestómetro saca horquillas de participación posible, en función de las personas que ocupan un metro cuadrado: dos, tres, una.
A pesar de la popularidad que alcanzaron estos blogs, la orgía de cifras no se ha calmado. Del enfado por lo que él considera un "insulto a la inteligencia" ha surgido, por último, la empresa que lidera Juan Manuel Gutiérrez, Lynce. En la última gran manifestación celebrada en Madrid, en contra del aborto, un zepelín sobrevoló las miles de cabezas. ¿Cuántas? Exactamente 55.316, dijeron. "Lo nuestro no son estimaciones, son mediciones efectuadas con un método científico", es lo primero que argumenta Gutiérrez para defender su sistema y lo que le diferencia del resto. Cuatro cámaras fotográficas de alta resolución y dos de vídeo de alta definición recogen el movimiento en la calle a una hora precisa y desde el cielo. "El momento elegido para ello es cuando la cabecera llega a su destino y comienza la lectura del manifiesto", afirma Gutiérrez. Aunque no han facilitado fotos de alta resolución, siete de ellas que abarcan todo el gentío fueron bastantes para que el ordenador contara, uno por uno, a la concurrencia, aseguran. Ésa es la diferencia: no se estima la densidad por metro cuadrado, se cuentan personas. En las fotos que han hecho públicas se ve a cada persona con un número adjudicado encima de su cabeza. Hasta 55.316, en una manifestación donde los organizadores contaron dos millones y seguramente no se exageró más que en otras.
El dato de Lynce, difundido por la agencia Efe, venía avalado por un factor que da fiabilidad a las estadísticas, el margen de error, que cifraron en un 15%. "Las encuestas tienen un margen de error para evitar ciertos sesgos que se pueden dar al seleccionar la muestra, pero aquí se trata sólo de contar gente, el error posible viene dado por la tecnología". Lo que la foto no capta, la gente detrás de un edificio, tras el cortinaje del escenario u ocultos por un árbol. Esos son los "falsos negativos". También existen los "falsos positivos", que son los que se cuentan de más, por ejemplo si la máquina confunde un globo o una mochila con una cabeza. "Estos últimos son prácticamente inapreciables, pero los anteriores definen el margen de error".
La experiencia le dice a Gutiérrez que cuatro personas por metro cuadrado es una cifra imposible para una manifestación en movimiento. "La densidad media puede rondar 1,7 por metro cuadrado", asegura.
Una de las críticas más recurrentes a las 55.316 personas que contó Lynce, entre los que entendían que era una cifra pírrica, resultaba de la comparación con el campo de fútbol. Pues bien, si se da por buena la densidad de 1,7 almas por metro cuadrado, sacar en procesión al estadio del Bernabéu al completo equivaldría a llenar el tramo de que va de la plaza de Cibeles a la Puerta de Alcalá, ambas inclusive. "El debate no debe estar en el número de personas, sino en las ideas", concluye Gutiérrez.
He aquí otra clave: las ideas. ¿Desde cuándo la razón viene avalada por el número de manifestantes? "La política en la calle es decimonónica, por tanto, las manifestaciones son una regresión en el tiempo. Cuando se salía a la calle, era con la idea de que allí es donde se tomaban las decisiones, mal canalizadas por otras vías políticas. Por tanto, si en la calle se resuelven las mayorías, contar manifestantes es como contar votos", explica Fermín Bouza, catedrático de Sociología y Opinión Pública de la Complutense. Y prosigue: "Si es necesario contar, es necesario mentir". La mentira, añade Bouza, "sólo existe en función de la verdad". "Cuando uno se cree en posesión de la verdad no le importa mentir. Sin embargo, cuando uno se mantiene en una actitud de duda, cuando es capaz de cuestionar sus propias verdades, la cifra ya no importa tanto, qué más da que sean 50.000, si esos principios no van a cambiar", explica el catedrático.
A pesar de todo, a Bouza esta regresión al XIX le parece un acontecimiento "feliz". "La dificultad del ciudadano para participar en el debate político y la frialdad de la política contemporánea" son las razones que sacan a la gente a la calle. "Y nos acaba por gustar", dice. Gusta que desde el escenario se grite eso de: "Somos más de un millón". Supone la cifra del éxito, la que otorga la razón a una causa. Al delirio psicológico de esos momentos, se añade la incapacidad de una persona inmersa en la multitud para hacerse una idea precisa del número total de correligionarios que lo acompañan. Y en esa percepción influyen factores tan variopintos como la calle por la que se discurra, si hay vallas que impidan el movimiento en libertad, si el transporte en metro para llegar o abandonar la marcha ha sido o no reforzado. "Incluso la indumentaria de los manifestantes", asegura Paco Naranjo, secretario de Comunicación de CC OO de Madrid. Y nada de todo ello se deja al azar. Se deciden las calles, más anchas o más estrechas, "y si hay mucha gente vestida con globos, pancartas, gorras, da sensación de mayor presencia", afirma el sindicalista.
Una marcha mal organizada, donde no se ha calculado bien la asistencia y cuya cabecera está excesivamente pegada a la comitiva que le sigue, por ejemplo, acabará con la sensación de que no se ha podido ni caminar, de ahogo, de muchedumbre. Si además, el metro no da abasto para desalojar al personal porque no se han puesto más trenes, en la calle no se hablará de otra cosa: no había forma de moverse.
Estos trucos los conoce muy bien Ramón Adell, por eso cree que es necesario que haya un sistema público fiable que proporcione cifras de asistencia serias, "como ocurre en otros países". "Debería ser un derecho, no podemos estar perdidos entre el organizador y el enemigo. No basta con concentrar a la gente en una plaza con muchos transeúntes. Eso ya se lo sabía hasta Fernando VII, que decía aquello de: das una patada en la Puerta del Sol y retumba en toda España".
La percepción del manifestante o del que trata de contarlos es confusa. Adell puso en marcha un sencillo experimento con sus alumnos. Les mostró fotos de una manifestación a favor de una causa noble y les pidió que calcularan la asistencia. Dieron una cifra generosa. Con la misma imagen, pidió a otro grupo que calculara el número de fascistas reunidos allí: "Curiosamente, ahora veían muchos menos que antes", se ríe el profesor.
El 99% de las manifestaciones no agrupan más de 5.000 o 10.000 personas. Por tanto, sacar a la calle a 100.000 es tanto como convencer a toda una ciudad respetable para que salga a la calle por una causa. Para medir el éxito no basta con contar a la gente, "hay que tener en cuenta, también, la tasa de movilización, que es el número de manifestantes relacionado con el colectivo que se ha llamado a protestar. Desde ese punto de vista, y si esto ha de servir para extrapolar el éxito nacional de una protesta, un canario que se traslade hasta Madrid representa a más gente que un madrileño que sólo ha de tomarse la molestia de dar un paseo por las calles de su ciudad", afirma Adell.
Hay muchas cosas, pues, que medir. Pero creer, dice el catedrático Bouza, "sólo hay que creer que una manifestación es un acto publicitario, no que el poder está en la calle y que los políticos son inútiles, porque esa es una senda peligrosa".
CARMEN MORÁN 28/10/2009
Contar manifestantes sin rozar siquiera el ridículo no es difícil si se acude a una estimación basada en el espacio y la densidad: tantos metros cuadrados, tantas personas por metro cuadrado. Pero no siempre se puede. El millón de personas que acudía a ver al caudillo a la Plaza de Oriente no era más verdad que los amigos de Roberto Carlos. La cifra más optimista de los que caben en ese espacio andará por los 100.000, redondeando. Pero aquel delirio no había forma pública de cuestionarlo.
Curioso es, sin embargo, que eso siga ocurriendo ahora, cuando la democracia y las urnas han dado algunas buenas razones para calmar la euforia: 800.000 personas, según los organizadores -120.000, dijo la Delegación del Gobierno- salieron a la calle en febrero de 1986 para pedir la salida de la OTAN. Tanto si se trata de una cifra como de la otra, eran muchos, pero el referéndum demostró que los votantes pueden ser más.
"El fin último de una manifestación, como se demostró con la OTAN, no debería ser la cantidad de gente, porque eso no quita ni da la razón. Esa es la gran demagogia que convierte una protesta en unas elecciones. No hay que caer en el populismo", sostiene el profesor titular de la UNED Ramón Adell, que ha diseccionado durante más de 30 años las manifestaciones españolas.
Esta sinrazón del recuento de manifestantes tiene su origen más reciente en los noventa, con las grandes marchas unitarias por la paz y en contra de ETA. Las manos blancas tras el asesinato de Tomás y Valiente, en febrero de 1996, o las enormes demostraciones de repudio tras la muerte del concejal Miguel Ángel Blanco, en julio de 1997.
Unitarias, institucionales y con un mensaje inequívoco: la paz. Todo un pueblo se deja llevar por la borrachera de la unidad, que les carga de razón y les hace creer por un momento que así, con ese noble gesto de la protesta pacífica, se puede acabar con la barbarie. "Se empieza ya con unas previsiones muy exageradas, medio millón, por ejemplo, que luego han de superarse", dice Adell. Y nadie las va a negar porque todos se sienten concernidos por la misma causa.
Los expertos, como Adell, no están ya por revisar aquellas cifras, pero creen que ha llegado el momento de poner un poco de sentido común en esta feria de millones de cálculo desconocido. Enfriar esas cifras, dice, "no rebaja el éxito, porque una manifestación de 50.000 personas es una señora manifestación, y debería impedir al que gobierna minimizar el conflicto ciudadano que se esconde detrás de esa punta de iceberg que toma la calle", afirma Adell.
Tomar el espacio público para reivindicar cualquier causa es una fórmula propia del siglo XIX, como se detallará más adelante, pero en pleno siglo XXI las nuevas tecnologías han irrumpido con tal fuerza que mal se entiende que la gente siga creyendo a ciegas un cálculo erróneo o, simplemente, interesado.
Los muchachos del Manifestómetro (manifestometro.blogspot.com), en Madrid, o el movimiento Contrastant, en Cataluña, fueron pioneros allá por 2005 en la implantación de un método más eficaz para medir la asistencia a las manifestaciones. Mediante fotografías de la protesta para calibrar la densidad de personas por metro cuadrado y el cálculo del espacio que ocupa la masa humana, establecen (Contrastant ya ha cerrado) un cálculo bastante aproximado que se acerca más a las cifras de la policía que a las muy infladas de los organizadores. Y nunca pasa de unas decenas de miles. Parecido sistema estimativo ha venido usando este periódico.
El objetivo del Manifestómetro, explica uno de ellos, no es tanto contar los que van, sino demostrar que es imposible que en un recorrido determinado haya ese número de personas que esgrimen los organizadores. El Manifestómetro saca horquillas de participación posible, en función de las personas que ocupan un metro cuadrado: dos, tres, una.
A pesar de la popularidad que alcanzaron estos blogs, la orgía de cifras no se ha calmado. Del enfado por lo que él considera un "insulto a la inteligencia" ha surgido, por último, la empresa que lidera Juan Manuel Gutiérrez, Lynce. En la última gran manifestación celebrada en Madrid, en contra del aborto, un zepelín sobrevoló las miles de cabezas. ¿Cuántas? Exactamente 55.316, dijeron. "Lo nuestro no son estimaciones, son mediciones efectuadas con un método científico", es lo primero que argumenta Gutiérrez para defender su sistema y lo que le diferencia del resto. Cuatro cámaras fotográficas de alta resolución y dos de vídeo de alta definición recogen el movimiento en la calle a una hora precisa y desde el cielo. "El momento elegido para ello es cuando la cabecera llega a su destino y comienza la lectura del manifiesto", afirma Gutiérrez. Aunque no han facilitado fotos de alta resolución, siete de ellas que abarcan todo el gentío fueron bastantes para que el ordenador contara, uno por uno, a la concurrencia, aseguran. Ésa es la diferencia: no se estima la densidad por metro cuadrado, se cuentan personas. En las fotos que han hecho públicas se ve a cada persona con un número adjudicado encima de su cabeza. Hasta 55.316, en una manifestación donde los organizadores contaron dos millones y seguramente no se exageró más que en otras.
El dato de Lynce, difundido por la agencia Efe, venía avalado por un factor que da fiabilidad a las estadísticas, el margen de error, que cifraron en un 15%. "Las encuestas tienen un margen de error para evitar ciertos sesgos que se pueden dar al seleccionar la muestra, pero aquí se trata sólo de contar gente, el error posible viene dado por la tecnología". Lo que la foto no capta, la gente detrás de un edificio, tras el cortinaje del escenario u ocultos por un árbol. Esos son los "falsos negativos". También existen los "falsos positivos", que son los que se cuentan de más, por ejemplo si la máquina confunde un globo o una mochila con una cabeza. "Estos últimos son prácticamente inapreciables, pero los anteriores definen el margen de error".
La experiencia le dice a Gutiérrez que cuatro personas por metro cuadrado es una cifra imposible para una manifestación en movimiento. "La densidad media puede rondar 1,7 por metro cuadrado", asegura.
Una de las críticas más recurrentes a las 55.316 personas que contó Lynce, entre los que entendían que era una cifra pírrica, resultaba de la comparación con el campo de fútbol. Pues bien, si se da por buena la densidad de 1,7 almas por metro cuadrado, sacar en procesión al estadio del Bernabéu al completo equivaldría a llenar el tramo de que va de la plaza de Cibeles a la Puerta de Alcalá, ambas inclusive. "El debate no debe estar en el número de personas, sino en las ideas", concluye Gutiérrez.
He aquí otra clave: las ideas. ¿Desde cuándo la razón viene avalada por el número de manifestantes? "La política en la calle es decimonónica, por tanto, las manifestaciones son una regresión en el tiempo. Cuando se salía a la calle, era con la idea de que allí es donde se tomaban las decisiones, mal canalizadas por otras vías políticas. Por tanto, si en la calle se resuelven las mayorías, contar manifestantes es como contar votos", explica Fermín Bouza, catedrático de Sociología y Opinión Pública de la Complutense. Y prosigue: "Si es necesario contar, es necesario mentir". La mentira, añade Bouza, "sólo existe en función de la verdad". "Cuando uno se cree en posesión de la verdad no le importa mentir. Sin embargo, cuando uno se mantiene en una actitud de duda, cuando es capaz de cuestionar sus propias verdades, la cifra ya no importa tanto, qué más da que sean 50.000, si esos principios no van a cambiar", explica el catedrático.
A pesar de todo, a Bouza esta regresión al XIX le parece un acontecimiento "feliz". "La dificultad del ciudadano para participar en el debate político y la frialdad de la política contemporánea" son las razones que sacan a la gente a la calle. "Y nos acaba por gustar", dice. Gusta que desde el escenario se grite eso de: "Somos más de un millón". Supone la cifra del éxito, la que otorga la razón a una causa. Al delirio psicológico de esos momentos, se añade la incapacidad de una persona inmersa en la multitud para hacerse una idea precisa del número total de correligionarios que lo acompañan. Y en esa percepción influyen factores tan variopintos como la calle por la que se discurra, si hay vallas que impidan el movimiento en libertad, si el transporte en metro para llegar o abandonar la marcha ha sido o no reforzado. "Incluso la indumentaria de los manifestantes", asegura Paco Naranjo, secretario de Comunicación de CC OO de Madrid. Y nada de todo ello se deja al azar. Se deciden las calles, más anchas o más estrechas, "y si hay mucha gente vestida con globos, pancartas, gorras, da sensación de mayor presencia", afirma el sindicalista.
Una marcha mal organizada, donde no se ha calculado bien la asistencia y cuya cabecera está excesivamente pegada a la comitiva que le sigue, por ejemplo, acabará con la sensación de que no se ha podido ni caminar, de ahogo, de muchedumbre. Si además, el metro no da abasto para desalojar al personal porque no se han puesto más trenes, en la calle no se hablará de otra cosa: no había forma de moverse.
Estos trucos los conoce muy bien Ramón Adell, por eso cree que es necesario que haya un sistema público fiable que proporcione cifras de asistencia serias, "como ocurre en otros países". "Debería ser un derecho, no podemos estar perdidos entre el organizador y el enemigo. No basta con concentrar a la gente en una plaza con muchos transeúntes. Eso ya se lo sabía hasta Fernando VII, que decía aquello de: das una patada en la Puerta del Sol y retumba en toda España".
La percepción del manifestante o del que trata de contarlos es confusa. Adell puso en marcha un sencillo experimento con sus alumnos. Les mostró fotos de una manifestación a favor de una causa noble y les pidió que calcularan la asistencia. Dieron una cifra generosa. Con la misma imagen, pidió a otro grupo que calculara el número de fascistas reunidos allí: "Curiosamente, ahora veían muchos menos que antes", se ríe el profesor.
El 99% de las manifestaciones no agrupan más de 5.000 o 10.000 personas. Por tanto, sacar a la calle a 100.000 es tanto como convencer a toda una ciudad respetable para que salga a la calle por una causa. Para medir el éxito no basta con contar a la gente, "hay que tener en cuenta, también, la tasa de movilización, que es el número de manifestantes relacionado con el colectivo que se ha llamado a protestar. Desde ese punto de vista, y si esto ha de servir para extrapolar el éxito nacional de una protesta, un canario que se traslade hasta Madrid representa a más gente que un madrileño que sólo ha de tomarse la molestia de dar un paseo por las calles de su ciudad", afirma Adell.
Hay muchas cosas, pues, que medir. Pero creer, dice el catedrático Bouza, "sólo hay que creer que una manifestación es un acto publicitario, no que el poder está en la calle y que los políticos son inútiles, porque esa es una senda peligrosa".
Muy bueno el artículo.
ResponderEliminarA día de hoy todo el mundo quiere mentir conlas cifras para darse mayor importancia de la que realmente tiene.